En un ruinoso edificio de la ciudad de México, un grupo de ancianos pasa los días entre rencillas vecinales y tertulias literarias. Teo, el narrador y protagonista de esta historia, tiene setenta y ocho años y un apego enfermizo a la Teoría estética de Adorno, con la que resuelve todo tipo de problemas domésticos. Taquero jubilado, pintor frustrado con pedigrí ?hijo de otro pintor frustrado?, sus mayores preocupaciones son llevar la cuenta de las copas que toma al día para extender al máximo sus menguantes ahorros, escribir en un cuaderno algo que no es una novela y calcular las posibilidades que tiene de llevarse a la cama a Francesca ?presidenta de la asamblea de vecinos? o a Juliette ?verdulera revolucionaria?, con las que constituye un triángulo sexual de la tercera edad que «le habría erizado la barba al mismísimo Freud». La vida rutinaria del edificio se rompe con la irrupción de la juventud, encarnada en Willem ?mormón de Utah?, Mao ?maoísta clandestino? y Dorotea ?la dulce heroína cervantina, nieta de Juliette?, en un crescendo de absurdos que arriba a un clímax para mojarse los pantalones. Concebida bajo el dictado de Adorno, que afirma que «el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico», entrelazando fragmentos del pasado y del presente, esta novela recorre el arte y la política del México de los últimos ochenta años, marcados en la historia familiar por la sucesión de perros de la madre del protagonista, en un intento por reivindicar a los olvidados, los malditos, los marginales, los desaparecidos y los perros callejeros. Con su tercera novela, el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, tras la excelente acogida, tanto en lengua española como en sus muchas traducciones, de Fiesta en la madriguera y Si viviéramos en un lugar normal, se confirma como un narrador imprescindible, con una voz personal y un sentido del humor muy singulares.
Hay lugares que se dislocan. Sin importar sus coordenadas geográficas, nos acompañan a todas partes sus imágenes, sonidos, olores y personajes. Así era Dublín para James Joyce . Aunque su autoimpuesto exilio lo llevó a vivir la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, su materia narrativa estaba fuertemente enraizada en su ciudad natal. Esta recopilación de cuentos no es la excepción. En ella captura, de manera verista y transparente, las nimiedades de la vida cotidiana de esa ciudad que regresa a él en fragmentos . Al acercarse a estos relatos, el pintor Luis Argudín encontró eso : fragmentos. No historias circulares y cerradas, sino jirones, pequeños pedazos de la vida de los Dublineses. El procedimento que siguió para generar las obras que acompañan esta edición fue, en cierta medida, similar al de Joyce: plasmar las imágenes que naturalmente regresaban a él, las que más lo habían impactado e inpregnado . A partir de ese desdoblamiento de la imagen literaria , Argudín nos ofrece impresiones inmediatas y espóntaneas, a la manera de un cuaderno de bocetos de un artista. De ahí que haya optado por utilizar técnicas diversas con una nota común: el distanciamiento intencional de las imágenes y medios que pueblan su obra con regularidad. La paleta también es atípica dentro de su producción pictórica . No una variada policromía sino tonos grisáceos y ocres. Ése es el ambiente que el artista percibe en toda la obra literaria, influenciado en parte por los recuerdos que mantiene del Reino Unido durante los años que ahí residió : un ambiente gris, húmedo y frío. Así ocurre que las imágenes no sólo está presente el Dublín del que Joyce hace eco , sino tambien la Irlanda que Argudín vivió y que regresa a su memoria.