Éste es el testimonio de un habanero descreído. Un hombre que regresa extenuado de un largo camino que finalmente no lo condujo a sitio alguno. Pero no es pesimista. Pedro Juan sabe que tiene que seguir adelante. Y lo mejor es hacerlo sonriendo, a golpe de ron, música y sexo. Pedro Juan Gutiérrez hace catarsis en este libro, duro y en gran medida autobiográfico, que reúne tres libros de cuentos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí. Un lenguaje fuerte y apretado es el único capaz de expresar la rabia de quien habita en el vórtice del huracán. Pedro Juan vive al borde del precipicio. Marginal, aunque su covacha está en el corazón de La Habana de hoy. Disecciona sus alrededores con habilidad de cirujano experto. Sin temor hinca su bisturí afilado, escarba en las entrañas, y lo revuelca todo, irrespetuosamente: sexo, hambre, política, erotismo, desencanto, anhelos, ron y buen humor. Éste es el testimonio de un habanero descreído. Un hombre que regresa extenuado de un largo camino que finalmente no lo condujo a sitio alguno. Pero no es pesimista. Pedro Juan sabe que tiene que seguir adelante. Y lo mejor es hacerlo sonriendo, a golpe de ron, música y sexo. Pedro Juan Gutiérrez hace catarsis en este libro, duro y en gran medida autobiográfico, que reúne tres libros de cuentos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí. Un lenguaje fuerte y apretado es el único capaz de expresar la rabia de quien habita en el vórtice del huracán. Pedro Juan vive al borde del precipicio. Marginal, aunque su covacha está en el corazón de La Habana de hoy. Disecciona sus alrededores con habilidad de cirujano experto. Sin temor hinca su bisturí afilado, escarba en las entrañas, y lo revuelca todo, irrespetuosamente: sexo, hambre, política, erotismo, desencanto, anhelos, ron y buen humor. Escrita con un ritmo implacable, a medio camino entre la exuberancia tropical y la negra desolación de un Bukowski, la Trilogía sucia de La Habana es un deslumbrante conjunto de relatos orquestados como una novela.
Hay lugares que se dislocan. Sin importar sus coordenadas geográficas, nos acompañan a todas partes sus imágenes, sonidos, olores y personajes. Así era Dublín para James Joyce . Aunque su autoimpuesto exilio lo llevó a vivir la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, su materia narrativa estaba fuertemente enraizada en su ciudad natal. Esta recopilación de cuentos no es la excepción. En ella captura, de manera verista y transparente, las nimiedades de la vida cotidiana de esa ciudad que regresa a él en fragmentos . Al acercarse a estos relatos, el pintor Luis Argudín encontró eso : fragmentos. No historias circulares y cerradas, sino jirones, pequeños pedazos de la vida de los Dublineses. El procedimento que siguió para generar las obras que acompañan esta edición fue, en cierta medida, similar al de Joyce: plasmar las imágenes que naturalmente regresaban a él, las que más lo habían impactado e inpregnado . A partir de ese desdoblamiento de la imagen literaria , Argudín nos ofrece impresiones inmediatas y espóntaneas, a la manera de un cuaderno de bocetos de un artista. De ahí que haya optado por utilizar técnicas diversas con una nota común: el distanciamiento intencional de las imágenes y medios que pueblan su obra con regularidad. La paleta también es atípica dentro de su producción pictórica . No una variada policromía sino tonos grisáceos y ocres. Ése es el ambiente que el artista percibe en toda la obra literaria, influenciado en parte por los recuerdos que mantiene del Reino Unido durante los años que ahí residió : un ambiente gris, húmedo y frío. Así ocurre que las imágenes no sólo está presente el Dublín del que Joyce hace eco , sino tambien la Irlanda que Argudín vivió y que regresa a su memoria.