En 1910, un desconocido pintor que vagabundeaba por las calles de Viena decidió entrar en el palacio Hofburg, en una de cuyas salas se custodiaba el tesoro de los Habsburgo. No pudo evitarlo; durante horas permaneció en silencio, observando extasiado uno de los objetos, aparentemente insignificante, de los que allí se exponían: la conocida como Lanza del Destino, el arma con la que el centurión Longinos atravesó el costado de Cristo