Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
¿Qué significa leer como un autor de ficciones?, se pregunta Geney Beltrán. Para él significa leer desde el aprendizaje de una maestría creativa, ambicionando un parentesco o una herencia; lee y comenta la ficción ajena con los atributos integrales con que busca escribir la propia. Arma así un itinerario por 25 voces muy distintas de la narrativa mexicana del siglo XX. Autores heterodoxos como Efrén Hernández, Francisco Tario, Esther Seligson y José de la Colina conviven en estas páginas con prosistas de vocación clásica como Inés Arredondo, Elena Poniatowska, Eraclio Zepeda o Fabio Morábito. Sin embargo, un mismo hilo entrelaza sus historias. De todos los variados rostros que ofrece un país como México, se asoma con frecuencia en la obra de estos cuentistas mexicanos, de Nellie Campobello a Eduardo Antonio Parra, aquél que emplaza en el ánimo de sus habitantes una mirada de pérdida y desaliento.