Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Leemos sin prestar atención, pendientes de mil cosas. A menudo nos quedamos tan solo con el argumento y dejamos de lado la forma, el modo como se explica ese argumento, que es lo que
sostiene Eagleton confiere a un texto su carácter literario, su naturaleza de creación retórica.
Víctimas de esa lectura superficial, cómo aprender a distinguir el grano de la paja, cómo saber si
un texto es bueno, malo o solo intrascendente
He aquí un manual de interpretación literaria en el que Eagleton enseña que la clave está en
conocer las herramientas básicas de la crítica literaria, en fijarse en el tono, el ritmo, la textura, la
sintaxis, las alusiones, la ambigüedad y otros aspectos formales que analiza en diversas obras
clásicas. A partir de un amplio espectro de autores desde Shakespeare hasta Jane Austen y desde
Beckett hasta J.K. Rowling, examina la narratividad, la imaginación creativa, el significado de la
ficcionalidad y la tensión entre lo que la obra dice y lo que muestra. En suma, ilustra, con frecuencia
de manera hilarante, sobre las líneas básicas del oficio de crítico literario y contradice letra a letra el
mito de que el análisis es enemigo del placer de la lectura.