Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Ninguna obra de Rubem Fonseca ha sido tan mencionada y discutida como Feliz año nuevo. No siempre por sus méritos literarios. Presente desde su lanzamiento en 1975 en la lista de los libros más vendidos, sus primeros trece meses de vida comercial estuvieron marcados exclusivamente por comentarios elogiosos en la prensa y especulaciones de la crítica sobre eventuales semejanzas entre el escritor y el autor pornoterrorista del cuento “Intestino grueso”.En diciembre de 1977, ya en la tercera reimpresión, Feliz año nuevo fue inesperadamente prohibido por la censura, y todos los ejemplares en venta y las existencias en el almacén de la editora Artenova fueron confiscados por la policía federal. De allí en adelante, el cuarto libro de cuentos de Fonseca se volvió el mayor escándalo literario-jurídico de la dictadura militar.En 1989, después de trece años de batallas judiciales, el Tribunal Regional decidió, por dos votos a uno, que el ministro de justicia Armando Falcão se había equivocado. Sólo entonces Rubem Fonseca pudo festejar su entrada en el panteón de los victoriosos (Flaubert, Wilde, Lawrence, Joyce, etc.) en la vieja e insana lucha entre arte y censura, siempre vencida por el primero.