Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Los primeros editores
Alessandro Marzo Magno
¿Dónde se imprimió el primer Corán en árabe? ¿Y el primer Talmud? ¿Y los primeros libros en griego o en cirílico? ¿Dónde se vendieron los primeros libros de bolsillo y los primeros best seller? La respuesta es siempre la misma: en Venecia.
Allí coincidieron los primeros editores modernos, que imprimieron y comercializaron tanto el primer tratado ilustrado de arquitectura como el primer libro pornográfico, además de los primeros tratados de cocina, medicina, arte militar, cosmética y los libros de mapas que permitieron que el mundo conociera los descubrimientos de los españoles al otro lado del Atlántico.
El libro enumera todos esos acontecimientos y los pone en su contexto histórico. Gracias a su poderosa industria editorial, Venecia editaba la mitad de los libros del continente. Muchos libreros ingleses o alemanes encargaban allí las tiradas de sus títulos, desde donde se distribuían con rapidez gracias a las envidiables conexiones marítimas de la Serenísima.
En el centro de ese interesantísimo panorama, que cautivará tanto a los interesados en la historia de la cultura como a los viajeros enamorados de la ciudad italiana, el autor sitúa al primer editor moderno, Aldo Manuzio, que publicó a los autores clásicos en griego y en latín, pero que también se dio cuenta de que la lengua del futuro en esa península iba a ser el italiano, y apostó por ella como instrumento de cultura. Manuzio es la gran estrella de Los primeros editores, pero como todos los genios no se entiende sin su contexto, que Alessandro Marzo Magno dibuja con gran erudición y amenidad.