Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La ciruela nos muestra personajes en un estado de permanente desintegración emocional. Sus escenas llevan un ritmo secreto, creciente, de zozobra y fascinación. Las sorpresas envuelven al espectador en la telaraña de la trama y lo llevan a un feliz, pero no por ello sencillo puerto. Lo único que permanece es el símbolo de una ciruela solitaria y siempre verde en un árbol del patio, donde los protagonistas jugaban cuando eran niños y aún desconocían el horror de crecer, envejecer y torturarse. La ciruela, obra que por su fino lenguaje y precisas caracterizaciones obtuviera el Premio Nacional de Obra de Teatro del INBA en 1996, aparece publicada diez años más tarde sin perder su vigente trascendencia.