Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Durante los últimos veinticinco años un buen número de poetas, narradores, dramaturgos, ensayistas han enriquecido y transformado nuestra tradición literaria. Se trata de escritores originales y activos, cuyas obras -parte fundamental del panorama de las letras mexicanas- merecen ser más leídas y conocidas. La colección La Centena, en sus vertientes de narrativa, poesía, teatro y ensayo, está dedicada a recuperar esas obras significativas y a valorar a sus autores.David Martín del Campo nació en la ciudad de México en 1952. En 1976 inició su carrera literaria al editarse su primera novela: Las rojas son las carreteras. Ha publicado más de veinte libros, principalemente novelas. Entre ellas cabe destacar: Alas de Ángel (Premio Internacional Diana, 1990), Drama de noche (1991), Las viudad de Blanco (1992), Cielito lindo (2000) y Después de muertos (2003). Quemar los pozos constituye una novela documental en la que se recrean los escenarios que condujeron a la expropiación petrolera de 1938, novela de la que Vicente Leñero aseguró que le otorga a su autor "un reconocimiento más a su destreza narrativa ya su conciencia literaria".