Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
El soliloquio nos suele hablar de un interior asolaado, pero estos Zooliloquios invitan a una geografía imaginada, poblada de seres extraños. En esta suerte de exilio donde los animales y las cosas son desdoblamientos del ser y la conciencia, el cuerpo sólo puede ser el objeto sensible de la soledad, su encarnación. Así nacen, habitantes de cuatro espacios que corresponden a los elementos alquímicos, las distintas criaturas que encontramos al acompañar a Silvia Eugenia Castillero en la búsqueda del propio ser. Como después de una tormenta, la sirena crece en las entrañas de la piedra; hay animales de contorno suave que acarician la vista como una brisa, al volar, mientras la mantis se mueve entre las hojas del bosque, peligrosa como las llamas; hay una mujer oscura, feroz conciencia cercana a la de una fiera, que sueña despertar a la serenidad y la unidad; hay , por último,seres de la tierra, que no pertenecen a la fantasía ni al sueño, como puerta hacia la vigilia.