El salto de José Luis Calzada fue del dibujo a la pintura. En 1985, año telúrico para los habitantes de la ciudad de México, y ciudad de residencia de este durangueño o duranguraño de cepa, lo vimos manifestarse decidido con los pinceles a favor de la poesía; atrás de él quedaban la cuadratura del panfleto, el realismo de la cola cola contra el guerrillero y la consigna, la forma sujeta a la proclama. Irrumpieron los personajes de la concepción literaria a través de la destreza plástica. Las imágenes poéticas abrían sus corolas ante la iluminación del color. Fue entonces cuando Evodio Escalante escribió entusiasmado acerca del nacimiento maduro del pintor porque los hay inmaduros, y más aún, existen los abortos. Desde entonces hemos visto las batallas de José Luis por la sobrevivencia y la búsqueda de la originalidad, su preocupación auténtica por la identidad como artista. Una vez que se desprendió del ancla realista se deslizó por las aguas fuertes y aguas tintas, con viento en popa.