El jardín de esta novela es tan grande que se confunde con la selva que lo rodea, aunque se encuentra contenido por una reja; más allá de la reja está el mar, y del otro lado del mar está el mundo. Bárbara deambula por sus senderos, entre toda clase de especies vegetales, pájaros, insectos, olores, sombras y fuego fatuo, para reconstruir la memoria a partir de objetos antiguos, fragmentos de cartas y fotografías. Luego, al sentirse atrapada por ser ese universo, escapa al mundo.