“El 19 de septiembre de 1985 la ciudad de México experimenta un terremoto de consideración que causa un gran número de muertos (las cifras de las autoridades jamás se establecen con seriedad, los damnificados acercan el número a veinte mil fallecidos). Al día siguiente, otro terremoto (o temblor) de menor intensidad reanuda el pánico y vigoriza el ánimo solidario. El miedo, el terror por lo acontecido a los seres queridos y las propiedades, la pérdida de familias y amigos, los rumores, la desinformación y los sentimientos de impotencia, todo —al parecer de manera súbita— da paso a la mentalidad que hace creíble (compartible), una idea hasta ese momento distante o desconocida: la sociedad civil, que encabeza, convoca, distribuye la solidaridad”. Así empieza éste, uno de los testimonios más importantes, inteligentes, sensibles y provocadores que hay sobre el terremoto de 1985. En su estado más genuino, los intelectuales nos ayudan a pensar mejor sobre nosotros mismos, y Carlos Monsiváis hizo precisamente eso con esta gran tragedia: nos ayudó a ponerle nombre a las cosas, a entender el valor del movimiento que se gestó a ras de suelo, a denunciar lo denunciable y en términos generales a poder realizar un duelo como correspondía. Sin duda un clásico del pensamiento mexicano contemporáneo.