Las letras de Carlos Sánchez emergen del recuerdo, ennoblecidas, y son una oportunidad para mirarnos a los ojos y reconocernos, para no olvidar que en el barrio y en las cárceles, como en la ciudad, el alma está hecha de las voces y los silencios de sus habitantes, de su música y su baile, de sus juegos y sus abrazos, de la camaradería y el buen diálogo, de la loquera inofensiva y el amor desmesurado, de la esperanza y las ilusiones, de la paciencia y el deseo de amar (de ser amados), de las ganas de presentarse ante la vida y su rutina diaria, de la solidaridad e, incluso, de la sorpresa ante el descubrimiento de la literatura, de la poesía. Las letras de Carlos Sánchez están ahí, aplomadas, para aguijonear nuestra más refinada y rencorosa soberbia y afirmar, ni más ni menos que, en efecto, el alma de la ciudad está hecha de todos.