Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Un puñado de personajes en paro y de lo más variopinto inauguran un local nocturno en el que actúan como transformistas. El Garbo, quitándole toda la clientela al Loren, un club de alterne, se convierte enseguida en el sitio de moda de La Algaida. Entre los artistas, un albañil y pintor de brocha gorda, un jardinero y fontanero y, con oficios más refinados, los protagonistas de esta obra la Furiosa, maquillador a domicilio y comunista nata la Tigresa de Manaos, mozo de comedor, y
Píter, alias la Canelita, maestro de primaria sin plaza, compositor freelance de canciones infantiles y poseído por el espíritu de Podemos; además, un exlegionario auténtico, la Marlon-Marlén, casado con una mujer auténtica y con tres hijos biológicos auténticos. Sensibles a los problemas de quienes más sufren la crisis, cada vez más ofendidos por la celebración en su ciudad de una fiesta de lujo, emprenden, con sus mejores galas, toda una incursión reivindicativa al grito de Sí se puede.
Furias divinas retoma el humor de Una mala noche la tiene cualquiera y sitúa su acción en el
momento político presente: los parados de Full Monty acaban armando el escándalo de Priscilla,
reina del desierto.