Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Cuando la razón se va de vacaciones entonces la vida desnuda y agria se presenta sin invitación alguna, y los hechos adquieren un peso demasiado real. Algo así me sucedió durante mi estancia en la escuela hasta mis recién rebasados 17 años. Una vez entregado y sometido a la institución militar debí sufrir la espada, el escarnio, el fuete, la expulsión del paraíso adolescente. Educar a los topos es una novela que se transformó en mito de mi propia vida, en expiación tardía. Hablamos como humanos, pero nos entendemos como animales. Un pesimista daría por cierta esta última sentencia. No lo creo así, pues el escritor y los lectores llegan a comprenderse y a conocerse en algún extraño lugar que no está precisamente en el mapa, sino en la imaginación y en la coincidencia. Los personajes que viven en esta novela no han muerto del todo, ya que nadie podría acabar con semejante plaga; ellos son la vida que se retrae sobre sí misma, se sorprende y muerde; o de menos te ensarta un apodo en la frente, un símbolo indeleble y quizás, también, un destino.