Ninguna de las instituciones civiles es mejor que la de los ayuntamientos. Ellos no son más que la representación inmediata del pueblo, y encargados del cuidado de la salubridad, el ornato, el orden, teniendo igualmente la obligación de establecer la armonía en la comunidad y de proveer por medio de los hospitales, de las prisiones, de las casas de asilo, a la seguridad, a la tranquilidad y a las diversas necesidades de los habitantes de una ciudad; no hay encargo más honorífico, ni papel más honroso ni más digno que el de miembro de una corporación municipal; pero las funciones del Ayuntamiento deben ser meramente reducidas a su misión, y con esto tiene en verdad bastante en qué ocuparse durante el año de su encargo. Desde el momento en que el Ayuntamiento se convierte en un cuerpo político y se mezcla e influye más o menos en los acontecimientos de otro género que se desarrollan en una República, pierde totalmente su carácter antiguo y tradicional, y es una de tantas entidades más o menos influentes, pero completamente inútil para llenar los objetos esenciales de su encargo.
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