Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Cuando yo ensañaba, jamás me propuse decir al alumno sólo “lo
que yo sabía”. Más bien buscaba lo que
el alumno no sabía. Sin embargo, no era
esta la principal cuestión, a pesar de que yo, por esto mismo, estaba ya
obligado a encontrar algo nuevo para cada alumno. Sino que me esforzaba en mostrarle la esencia
de las cosas desde su raíz. Por eso no
existieron nunca para mí esas reglas que tan cuidadosamente instauran sus redes
en torno al cerebro del alumno. Todo se
resolvía en instrucciones tan poco obligatorias para el alumno como para el
profesor. Si el alumno puede prescindir
de ellas, tanto mejor. Pero el profesor
debe tener el valor de equivocarse. No
debe presentarse como un ser infalible que todo lo sabe y que nunca yerra, sino
como una persona incansable que busca siempre y que, quizá, a veces, encuentra
algo. ¿Por qué querer ser semidioses?
¿Por qué no, mejor, hombres completos?Arnold Schoenberg
Tomado de: Arnold Schoenberg, “Tratado de Armonía”, Real Musical, Madrid, España. Traducción de: Ramón Barce.