En el bicentenario de la muerte de Bach se organizó en
Leipzig un concurso de piano. Dimitri
Shostakovich fue uno de los jurados. Las
reglas del concurso prescribían que los participantes tocaran, entre otras
cosas, uno de los cuarenta y ocho preludios y fugas de “El clave bien temperado”
de Bach. Y a todos sorprendió una
jovencita rusa que dejó al jurado la elección del preludio y fuga, pues tenía
preparada la colección entera. La
esforzada pianista, Tatiana Nikolaieva, desde luego ganó el concurso. Y ganó algo más valioso: despertar el interés
de Shostakovich en ella y en “El clave bien temperado”. “A su regreso de Leipzig a Moscú”, escribe
Tatiana, “Shostakovich empezó de inmediato a componer preludios y fugas. Yo le hablaba por teléfono, a petición suya,
todos los días y él me pedía que fuera a casa a oírlo tocar la pieza que
acababa de componer.”¿Qué tiene esa forma de preludio seguido de fuga que la hace
tan atractiva y satisfactoria? A la libertad juguetona del preludio debe seguir
el difícil rigor de la fuga. En el preludio casi no hay reglas, se vale
todo. En la fuga no hay que construir,
hay restricciones y reglas. Así dice
Whitehead que debe ser la educación universitaria: los periodos de libertad
romántica, imaginativa, deben alternarse con periodos de disciplina, rigor,
dominio completo de las técnicas. Los
dos estadios son indispensables en la formación de la persona. Toda actividad que valga la pena tiene esas
dos facetas: el juego y la precisión. La
cima intelectual está hecha de éstas: imaginación libre y audaz, pero también
rigor, paciencia, precisión. Es decir,
preludio y fuga.