La filosofía clásica, la de los griegos para ser más preciso, nació con una simple y esencial pregunta: ¿qué hay del hombre? El hombre sobre el que vertían sus inquietudes, sin embargo, no era el que estaba a punto de caerse en el insondable vértigo de la conciencia, sino aquel que anhelaba encontrar su lugar en el mundo.
Las preocupaciones cosmológicas de los primeros pensadores helénicos abrían camino para que la aventura del pensamiento abstracto comenzase su embrionaria andanza, y para que de esta reflexión brotase una ciencia de la conducta racional (ética) entendida como la manera de relacionarse del ser humano con su propio entorno.
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