El autor sostiene que la economÃa y la literatura tienen puntos de contacto y para demostrarlo aborda los siguientes temas: el origen histórico de la filosofÃa y del dinero acuñado, asà como la postulación bivalente que afirma que las palabras señalan cosas concretas y que el dinero implica la posibilidad de obtener bienes si aceptamos que la literatura es valorable.
Si el culto moderno a la velocidad consagró la técnica como adelantada de un promisorio porvenir y alumbró la primera vanguardia, el futurismo, el nuevo siglo parece habernos sumido en un desalentador presentismo, un presente embriagado de presente incapaz de anticipar el mañana. La expansión del consumo, con sus ritmos cada vez más acelerados de producción y obsolescencia, y la revolución digital, con sus redes de conexión instantánea y su frenesí de demandas, han comprimido la experiencia en un tiempo devorador, un tiempo sin tiempo. No sorprende que la escasez de tiempo esté en el centro de la colonización maquínica de la vida cotidiana en la era digital, y en las crecientes alertas de científicos y pensadores sobre los cataclismos ambientales que el hombre mismo ha desatado y que amenazan su supervivencia en el planeta. Pero el arte y la literatura no se resignan. Quieren salir de la monocronía obligada, desvelarla, transformar el tiempo perdido del consumo disciplinado en experiencia estética del tiempo recuperado. Contra la ficción global del tiempo único y la historia del arte lineal, también los relatos críticos que hoy las convocan quieren recuperar el espesor caleidoscópico del presente y la soberanía de lo anacrónico. Sólo a través del tiempo, escribió T. S Eliot, el tiempo se conquista.