Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Las relaciones entre lo religioso y lo político han marcado profundamente la historia de los pueblos europeos. Para bien y para mal, las estructuras políticas de la religión interactúan, a menudo de incógnito, con las estructuras religiosas de la política, produciéndose una especie de trasvase de las significaciones y los términos políticos a la religión, y de las concreciones religiosas a la política. Los sistemas religiosos, que siempre son concreciones limitadas y culturalmente determinadas de lo religioso, nunca se dan por satisfechos con la mera dirección de la ?vida espiritual? de sus fieles, sino que también anhelan dominar la vida pública mediante, por ejemplo, legislaciones y normativas acordes con sus intereses particulares y grupales. Y, por su parte, lo político, siempre actualizado por mediación de políticas concretas, nunca se da por satisfecho con la simple administración de la ?cosa pública?, sino que, de una manera u otra, siempre quiere incidir e influir ?religiosamente? sobre el foro íntimo de la conciencia de los individuos para administrarla y dominarla. No se trata, por consiguiente, de una simple presencia de lo teológico-político en forma de mera yuxtaposición de lo teológico, por un lado, y de lo político, por el otro, sino de la complicación de ambos.