Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Pocas veces el autor de una obra demasiado atípica logra despertar tanta adhesión como rechazo en los más variados ámbitos. En efecto distintos escándalos se produjeron ante los continuos vaivenes de un trabajo que nunca supo ajustarse a los cánones vigentes de la escuela mexicana de pintura. Afortunadamente los círculos literarios, artísticos y periodísticos más progresistas apoyaron en sus diferentes etapas la producción de Juan Soriano. El merito no es poco, comienza a crear en 1934, momento en el que muralismo mexicano de los "tres grandes" alcanza su máximo reconocimiento. Para entonces Juan Soriano tiene catorce años, descree el poder aleccionador de la pintura y sus temas poco o nada tienen que ver con la exaltación folclórica, heroica o nacionalista.