Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
EL DEPORTE HA ESTADO SIEMPRE LIGADO al tejido imaginario que
cohesiona una nación. Desde los griegos
y chinos de la Antigüedad el deporte servía no solo para encarnar el impulso
lúdico de las personas, sino también para moldear una idea individual y
colectiva del cuerpo, así como de la nación. El ejemplo más claro son las
Olimpiadas, tanto las antiguas de la época helénica como las modernas, pero
podríamos agregar el juego de pelota precolombino, los torneos medievales y las
competencias del antiguo Oriente, antecedentes del actual fútbol y con una participación
masiva.
Igualmente el deporte se hizo presente en la producción
cultural de artistas y escritores, creó un imaginario particular, los pintores
y muralistas lo adoptaron como tema –representado en la exposición por pinturas
de varios nombres célebres– y en la literatura hizo su aparición como
referencia mitológico a un pasado tan real como imaginario, pero pronto fue
también una realidad concreta y cotidiana.
Es lo que llevó a Salvador Novo a decir: “este cuerpo tuyo es un dios
extraño/ forjado en mis recuerdos, reflejo de mí mismo/ suave de mi tersura,
grande por mis deseos/ máscara/ estatua que he erigido a su memoria”.
Consuelo Sáizar
PRESIDENTA
CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES