Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
¿Cuántas caras tiene la moneda poética de Francisco Hernández? Docenas, tal vez cientos de rostros en los que su escritura se desdobla. A manera de espejo y de homenaje, gran parte de la poesía del veracruzano traza los rasgos particulares de los otros fantasmas en los que ha abrevado, atizado por la sed y la fruición lectora. Schumann, Scardanelli y Trakl, pero también Rilke, Kafka, Eliseo Diego y tantos otros semejantes suyos que le han servido de brújula para buscar un norte único e irrepetible: el suyo propio. Más que una galería, esa poesía de Francisco Hernández configura espacios habitables. Su talento es saber encarnar en otros moldes, haciéndolos suyos, correspondiendo al preciso rigor de su forma. Los otros no, sencillamente, la tierra donde el poeta cultiva su flor y sus espinas.