Soñar la guerra, publicada por vez primera en 1984, ejemplifica muy bien el sentido narrativo de la obra de Jesús Gardea (1939-1999), el destino es a la vez un pathos y un albur, un juego y una meta, se construye en la adivinación y en lo impredecible, hay un más allá espiritual, el del otro lado, el de los muertos ( con su impaglable deuda con Juan Rulfo) y un más allá físico, ese forastero que llega de no se sabe donde y -sobre todo- no se sabe para qué, pero que a la vez resulta esperado por todos con la convicción de que viene a algo, por un motivo aunque este no tenga traducción racional. Los personajes parecen haber sido puestos bajo el microscopio, y cada movimiento es a la vez vertiginoso y en cámara lenta. Con los colores de un espejismo aún más cruel que la realidad, al igual que ese sueño terrible, pero tan cotidiano que no merece el calificativo de pesadilla. Soñar la guerra es una muestra de la perfección que alcanzó el autor en su práctica narrativa