Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Desde sus primeros libros, Juan Gelman ha encontrado en el habla infantil una forma de indagar esas pequeñas figuras del lenguaje que le habren paso a la poesía. De este hablar niñeando, hablar forjado en una zona preverbal, surgen voces que son clave para explorar el peculiar universo de uno de los poetas más deslumbrantes y más influyentes de las ultimas décadas: amorar, primavera, mandar, verbos afines a la necesidad de aboir ciertas pautas culturales y gramaticales que nos alejan de la esencial evocación de toda poesía: nombrar lo que no sabemos nombrar, decir lo indecible.En un poema de 1982 que redactó en Roma, Gelman acuña el verbo que ahora sirve de título a este nuevo libro: "y la pasión mundada como loca en tu voz", nos dice a propósito de "la negra Diana", compañera rebelde asesinada en la Argentina. ¿Y qué podrián buscar sus verdugos, los promotores del no mundo, sino sofocar ciertas maneras de decirle que si a la lucha, a la ternura, a la belleza? "Pero la muerte", nos aclara puntual el poeta, adolesce de varios defectos, más de un cuarto de siglo después, "el verbo anómalo y certero ratifica su visión afirmativa, su necesidad de oponerse, de nuevo y todavía, a todo lo que apuesta contra las cosas imprescindibles que soporta el mundo: el pato salvaje que cruca el cielo como una ilusión: el amor que se besa en los puentes; el sencillo callejon de la espera; el sol joven que cesa la vida de la muerte; la hermosura de las calles; los mares, la s mareas y todas esas tramas que hacen que el mundo no sea más que mundo..." en ninguna otra cosa".