Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Este libro podría ser la autobiografía soterrada de un personaje desconocido: William Thornway. A través del ensayo y la memoria, Thornway echa mano de la comedia para tratar de explicarse los fracasos y alegrías de una vida que va dejando atrás. Cada texto dibuja un itinerario que parte de las grandes esperanzas y se dirige vertiginosamente hacia las ilusiones perdidas. Como si deseara llevar una vida más simple, este personaje oculta en un pastelazo su infancia irrecuperable; logra enamorarse únicamente después de destruir todos sus libros y referencias librescas; desarrolla su vida en pareja como si actuara en un sitcom sin risas grabadas y su divorcio resulta una típica comedia romántica, pero filmada con diez años de retraso.La sonrisa de la desilusión apunta hacia todos los matices del humor con la agudeza y levedad de una brújula: deambula por la payasada y llega a la risa melancólica, transita del chiste blanco a la carcajada siniestra. El narrador se desnuda ante el lector como lo haría un stand up comedian frente a su público, dejándonos en el rostro ese gesto ambiguo y misterioso del que sólo puede jactarse quien ya no tiene nada que perder.