A Ivonne, su padre le habló de los griegos y quedo atrapada por la filosofía de la armonía del universo, donde la esferas es el símbolo del ser, y se identificó con ella.Revelada en la imaginación como el cuerpo de una mónada o descubierta a través del microscopio electrónico en la forma de una molécula. Asumida en mandalas, cuencos y laberintos; en semillas y entidades orgánicas, la esfera para Ivonne ha sido una forma pero, sobre todo, un concepto recurrente que en ocasiones no ha necesitado expresar esa forma.Se percibe su trayectoria como un continuo discurrir por esa esfera en busca del centro; del centro abstracto e inalcanzable que es también el centro concreto y múltiple que se puede ver y acariciar. Está en el mundo o, más bien, en su idea ontológica del mundo, construida a partir de una operación dialéctica regida por los signos que representan a la armonía del universo. A través del conocimiento, de la sensualidad, de la experimentación del vacío, Ivonne busca en el orden de la realidad ese centro que, de acuerdo con el poeta estadounidense Carl Sanburg, quizá sólo sea una sospecha que se encuentras en algún lugar de la mente.Pero lo trascendente de la obra de esta gran artista mexicana es proporcionarnos una maravillosa ficción, que es de las más consistentes y seductoras en el campo de la escultura nacional de las últimas décadas.