Vuelvo a tocarte con el pensamiento. Y, entonces, todos los gajos del cielo se depositan tibiamente en mis pupilas. Merodeo por el puerto con un sueño caído y con una piel que no renuncia a lo bestia. No quiero una barca enorme para irme. Atrás queda el suelo donde anida tu mirada y tu luna reposa en jardines acuchillados. A cada remada soy otra morada del polvo. Pronto dormiré a la sombra de mi mortaja.