Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Esta novela evoca un París mítico, el último París mítico: el de los años que desembocan en las consignas y las barricadas de mayo del 68. El París de De Gaulle en la presidencia y André Malraux como ministro de Cultura y el belga Jacques Brel y la judía Bárbara como los cantores de la ciudad, el de Sartre y Beauvoir en el Café de Flore: un París tan hermoso como despiadado en el que el narrador está dispuesto a morirse de hambre si así tiene que ser, porque así es París. Lírica, divertida, histórica, melancólica, París desaparece es una novela con el peculiar sabor sardónico de los años sesenta parisienses, narrada en primera persona por un jovencísimo escritor mexicano, casi un niño, asombrado y encantado de lo que está viendo y viviendo, incluyendo sus extrañas relaciones con Sartre, con el susodicho pintor (que pinta un falso Matisse), con su sensual tía Adela de visita, con el bellísimo Alain, acusado de asesinato y convertido en transformista, con Didi y Margot, con Jeanne que se fue a Ámsterdam llevando una foto de Tláloc, y con una vidente rusa a través de la cual se expresa un señor francés que conversa y disputa con André Breton en el más allá.