Para que el olvido no se haga memoria lanza el autor al viento las palabras, se planta en la infancia y enumera Abuela, Padre, Madre y la escenografía, el dolor, la angustia, los aromas. Un repaso febril y valeroso a su genealogía, un hacer cuentas con el pasado para poder seguir viviendo. Profusa adjetivación en la terminología propia de su terruño, bella sonoridad rotunda de los localismos que utiliza como conjuro para volver desde éxodo.