Dividido en dos partes (Mundo flotante y Ley del paisaje), que son también dos maneras de considerar la realidad desde la mirada poética, este libro da forma a una serie de obsesiones que entrelazan hábilmente vida y literatura, erudición y vitalismo: el afán erótico, el arte de la traducción, el contrapunto entre lo minúsculo y lo abisal, cierto orientalismo cultivado y entendido como ampliación del rango de sensibilidad, el juego de máscaras como parte inseparable del recuerdo y la nostalgia. Estamos ante una escritura poética de madurez, que revela un pleno dominio estilístico y donde se entrelazan formas clausas (notablemente, el soneto) con el verso libre de manera fluida, en busca de una suerte de esplendor doméstico que es también un paisaje metafísico.