Mientras vivió Emily Dickinson, pocos, por no decir nadie entre los poetas y los lectores de poesía, repararon en su existencia. Hernám Bravo Varela, poeta mientras compone sus propios versos y, por fortuna, también poeta cuando traduce, escogió para este libro veinticinco poemas de Dickinson y decidió respetar dos elementos formales propios de sus composiciones: uno, las mayúsculas de ciertas palabras sacralizadas por su intimidad, y dos, esos guiones largos que utilizaba para sustituir comas y puntos y para señalar ciertas pautas rítmicas.