Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
¿Está bien comerse un cerdo que piensa que su vida sólo tiene sentido si alguien se lo come, una vez muerto y convertido en suculento jamón?
Los experimentos mentales que Julian Baggini nos propone en este libro son pequeños escenarios que plantean dilemas morales o filosóficos de manera muy gráfica y divertida, e invitan al lector a pensar por sí mismo las posibles respuestas.
Desde la paradoja de Zenón hasta la teoría del eterno retorno de Nietzsche, pasando por la contradicción del multiculturalismo o la caverna de Platón, Baggini se pregunta si está bien castigar a alguien por lo que aún no ha hecho, cómo saber si estamos despiertos o dormidos, o si el sexo virtual debe considerarse infidelidad.
Recurriendo a ejemplos cinematográficos, literarios y filosóficos, este libro nos ofrece un entretenido ejercicio de gimnasia mental.
«Este no es un libro de referencia ni una serie de respuestas a viejos enigmas; más bien es una provocación, un estímulo a pensar más. Y es que la imaginación sin razón es mera fantasía, pero la razón sin imaginación es estéril.»