Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Él es un sesentón experto en arte y subastador famoso, incapaz de más amor que el que les tiene a los retratos femeninos de su inestimable colección. Ella es una joven que lleva años sin salir de casa, atendida por un anciano portero. Se conocen porque ella quiere vender los objetos artísticos de una villa que ha heredado. Y empiezan a jugar a un juego equívoco y excitante que podría conducir a la pasión o a la liberación. Antes de dirigir la película homónima, Tornatore escribió esta versión literaria, que es un relato perfectamente autónomo, a cuyo final sorprendente y terrible nos guía el autor con genio de maestro contador de historias, tiñendo la trama de una tonalidad oscura de novela gótica clásica, con perfecto manejo del suspense.
«Un relato rotundo y perfectamente logrado, escrito con un estilo escueto y eficaz... Un final sorprendente y feroz con el genio de un maestro en narrar historias» (La Provincia di Cremona).
«La trama parece sabida, pero pronto el relato se convierte en un thriller, sin cadáver, pero no sin asesinos» (Marina Verna, La Stampa).