Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Aunque no escapa al entusiasmo interpretativo que Japón suscita en el curioso ilustrado, el ensayista narrador que hilvana con fragmentos de muy diversa especie este Diario de Kioto no tiene felizmente la tentación de la teoría ni las explicaciones absolutas y en cambio prefiere distraerse en la reflexión de lo que le sale al paso en su periplo: gestos, rituales, jardines, edificaciones, paisajes exteriores e interiores, libros, recuerdos, remordimientos y, a cada paso, su propia imagen fragmentada en espejos destrozados. Kioto es el lugar por el que discurre esta meditación pero la imantan otros ámbitos y en la sentencia del sinólogo David Hinton que reaparece una y otra vez en sus páginas What happens never happens enough
el lector no puede sino leer una variación del poema de Basho: Aun en Kioto, ¡qué nostalgia de Kioto! Bitácora de una fuga, ascesis y senda purgativa, este Diario alumbra una pregunta no dicha: ¿Cómo estar de veras aquí y ahora? Al cerrar sus páginas, el lector sabe, con certeza irrevocable, que ha estado en Kioto.