Durante décadas, los músicos de rock se han liberado de la posibilidad
de ser normales y han ejercido su diferencia hasta crear su propio folklore:
ya nada resulta tan lógico como un rockero ilógico. Del mesías que
derrite cien mil almas en un estadio se espera cualquier cosa menos que
sea común. No puede querer a su hermano ni cuidar un hámster.