Alfonso Reyes dijo de Goethe que si pecó por algo fue por querer aplicarlo todo al alcance de los sentidos, negándose a la mano oscura de la matemática o a las abstracciones filosóficas, y agregó: "nunca quiso pensar en el pensamiento, sino sólo en las cosas". Con su jugosa exposición, Alfonso Reyes nos pinta la existencia, obra y contorno del genio creador de Fausto.
Seguramente Chirbes no quiso salvarnos de esa parte nuestra de maldad que tanto nos duele: ni era un ingenuo ni tenía alma de redentor. Pero si en el presente o en el futuro alguien quiere comprender lo que fue la España de finales del siglo XX y comienzos del XXI, deberá leer Crematorio, un extenuante y maravilloso torrente de personajes y temas que atrapa y zarandea sin piedad. Leerlo es reír y llorar, indignarse y conmoverse, porque su escritura siempre en esa excepcional y canónica primera persona que manejaba como nadie es lo más parecido a la revolución que tanto soñó y que nunca se cumplió. Nada queda impune o ignorado: la corrupción, las relaciones familiares, la especulación inmobiliaria, la gastronomía, el paisaje, el sexo, la emigración, la amistad, la enfermedad. No, Chirbes no quiso salvarnos, pero de alguna manera lo logró al escribir un clásico desolador, brillante y atemporal, una de esas raras obras que reclaman nuestra curiosidad y nuestra sensibilidad, a la vez que nos invitan a reflexionar y nos explican aunque no queramos escucharlo quiénes somos.