Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
En Izquierda y derecha Joseph Roth describe un mundo particular conformado a la luz de la posguerra luego de la Primera Guerra Mundial: el de la familia Bernheim. Paul y Theodor, hermanos, exhiben dos caracteres que emergen de una familia que se ha venido abajo, tanto a nivel económico como a nivel moral.
Todavía recuerdo aquel tiempo en el que todo indicaba que Paul Bernheim se convertiría en un genio. Era nieto de un comerciante de caballos que había ahorrado una pequeña fortuna e hijo de un banquero que no sabía lo que era ahorrar, pero que fue favorecido por la suerte. El padre de Paul, el señor Felix Bernheim, iba por el mundo portando un semblante despreocupado y arrogante y tenía muchos enemigos, aunque un cierto grado de necedad le hubiera bastado para ser apreciado por sus conciudadanos. Esa suerte fuera de lo común les generaba envidia. Y, como si el destino hubiera planeado llevarlos a la desesperación total, un día se ganó el gran premio de la lotería. La mayoría de la gente que gana un premio así suele mantenerlo en secreto, como si dicho suceso menoscabara la reputación de la familia. Pero el señor Bernheim, por miedo a que su suerte no fuera tomada con la hostilidad que se merecía, duplicó su desprecio por el mundo que lo rodeaba, redujo la cantidad de saludos que se ocupaba de repartir cada día y comenzó a responder los que recibía con distracción insensible e hiriente.