Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Fueron protagonistas de solemnes procesiones religiosas, participaron en imponentes celebraciones litúrgicas; asistieron a corridas de toros, a peleas de gallor; encontraron, en fin, cualquier pretexto, civil o religioso, para festejar la vida temporal y celebrar la espiritual. En esos afanes invirtieron tiempo y peculio. Fueron producto de los tiempos barrocos. Se trata de los novohispanos del siglo XVIII; concretamente, de aquellos que habitaron la ciudad de México de Miguel Cabrera.Esta cotidianidad en que gustaban vivir los novohispanos de los tiempos barrocos, estaba relacionada con la forma en que concebían su mundo: un mundoen el que existía una vinvulación entre el todo que rodeaba a los individuos -y del que formaban parte- y cada uno de los elementos que integraban dicha totalidad.