Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Después de casi treinta años de su muerte, el nombre de Felipe Teixidor (Villanueva y Geltrú, 1895-ciudad de México, 1980) acaso resulte familiar sólo para unos pocos, aquellos que disfrutaron su amistad y hospitalidad exquisitas, compartieron con él inquietudes y quehaceres editoriales, o acudieron a consultar la magnífica biblioteca -o más bien, alguna de las varias bibliotecas- que reunió con sabiduría y compartió siempre con generosidad. Sin embargo, su paso por la vida y la cutura del siglo XX, aunque silencioso y comedido como fue él mismo, transcurrió por muy diversos caminos: el descubrimiento azorado de México al que arribó en 1919 y que más tarde hizo definitivamente suyo; el ambiente del teatro frívolo de los años veinte; la administración pública en plena reconstrucción posrevolucionaria; la pasión por los viajes y el hallazgo de antiguallas; la añoranza de su tierra y su lengua catalanas; el coleccionismo de fotografías en una época en que nadie daba un quinto por ellas; el disfrute del humor inteligente; el dato curioso y la buena mesa en grata compañía, y la impronta que marcaron sus orígenes en la Europa de entre siglos. Tal vez muchas generaciones de lectores mexicanos deban a su amor inquebrantable por la letra impresa y a su vocación innata de editor su primer contacto con alguna de las grandes obras de la literatura universal.El presente libro recoge las impresiones memoriosas de un hombre que, a los ochenta y tres años, aún podía asombrarse con la vida y hablar con entusiasmo juvenil de la riqueza intangible de México.