Altamirano mantiene una certeza: si la sociedad es el espacio común del nacionalismo y del retroceso, defiéndanse las conquistas irrenunciables: no hay visión moral sin la consideración del bien común; la libertad de cultos y la libertad de expresión son la base de la creación cultural y artística; el primer signo de la época moderna es la libertad de elección. Y esta visión, que los contemporáneos de estos liberales califican peyorativamente de "utópica", es el legado ideológico que sobrevive a la corrupción del porfiriato, y se incrusta críticamente en el debate de la Constitución de 1917