Y si alguien --en vez de escribir un diario íntimo-- se dedicara a relatar cada una de sus visitas al Bosque, y a partir de esas caminatas, de un árbol elegido como objeto de afecto, de la observación de lo obvio y lo nimio, del temperamento del clima , de la observación de lo obvio y lo nimio, del temperamento del clima, lograra pasar de nuevo lista al mundo. Una de esas ideas tan sencillas que cuando las lleva a cabo un escritor como Héctor Manjarrez se vuelven inolvidables.Poco a poco aparecen las estaciones, las hijas, el rumor de la megalópolis, los tropeles de corredores en pos de juventud, las plantas y sus costumbres, los hábitos misteriosos de la gente, y la delicada relación entre una carencia, una canción, un retorno y el resto de la vida: la Yugoslavia que ya no existe, los parques de Londres, la ciudad y los trasterrados del siglo XX, una casa en Morelos, un curandero en Xochimilco, entre otros hechos dignos de memoria. Y siempre el extraño día a día en que uno es el mismo y el Bosque no es el mismo, o al revésA la voz que camina en el presente con ojos afilados y rememora fragmentos pretéritos le bastan un árbol, un olor, una pareja misteriosa, la conversación con una ardilla, los niños que gritan, la angustia de un colibrí, el mal recuerdo de un nagual, la mirada de alguien y ese extraño invento humano que se ha llamado Naturaleza, para hablar de estos años y además imantar los mundos de antes, mejorados por la más fina de las nostalgias.Como complemento a El bosque en la ciudad y su mirada antropológica y poética y llena de humor, el volumen se cierra con la crónica El cuerpo en el DF, un texto de 1975, donde la mirada no menos íntima pero sí más descarnada no menos íntima pero sí más descarnada interpreta el abrupto tránsito de la Ciudad de México de antaño al DF monstruoso nacido en los setentas.