Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Este prodigioso libro está construido como una ciudad, como la idea de una ciudad. Las historias son barrios, los personajes son calles. Lo demás es tiempo que pasa, ganas de vagabundear y necesidad de mirar. Está ambientado en nuestros días. Hay automóviles, teléfonos, autobuses, un televisor, aunque no ordenadores, y hasta hay un par de barrios, en City, que se deslizan hacia atrás en el tiempo. En uno hay una historia de boxeo, en la época de la radio. En el otro hay un western. En cuanto a los personajes –a las calles–, hay un poco de todo. Hay uno que es un gigante, uno que está mudo, un barbero que los jueves corta el pelo gratis, un general del ejército, muchos profesores, gente que juega con balones, un niño negro que tira a la canasta y siempre la mete...