Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
La teoría de los tres géneros o modos literarios de composición épico, lírico y dramático que nos los plantea como los tres más importantes junto a los cuales pudieran existir abundantes géneros menores, sino como los tres en los que se articula la literatura entera, sólo puede aparecer, y subsistir, en la medida en la que no se apoye sólo sobre el material de las obras existentes, ni se dé por satisfecha con ordenarlas. Sólo una estética que se entiende como filosofía del arte, y no doctrina del arte al servicio de la práctica, puede sostener la tesis de la divisibilidad de la literatura en tres géneros. Mas la tensión en que la doctrina de los tres géneros se encuentra respecto a la multiplicidad concreta de la poesía no es algo que pueda pasar por alto una teoría que se concibe filosófica. Conservar y resolver esa tensión sólo es posible para un pensamiento para el que se trata, ante todo, de la mediación entre lo general y lo particular, entre idea e historia. Ese es el caso del idealismo alemán, y por ello encuentra ahí la doctrna de la divisibilidad de la literatura en tres géneros su hogar por vez primera.