Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Una de las primeras muestras, en forma de relatos, del talento de uno de los grandes narradores de la literatura americana del siglo XX.«Si no recuerdo mal», confiesa Pynchon en la Introducción, «escribí estos relatos entre 1958 y 1964, cuatro de ellos cuando estudiaba en la universidad. (…) Tal vez el lector ya sepa hasta qué punto leer cualquier cosa escrita hace veinte años, incluso cheques cancelados, puede suponer un golpe para el ego de uno. Mi reacción al leer estos relatos fue exclamar:"¿Dios mío!", al tiempo que experimentaba unos síntomas físicos en los que prefiero no insistir. Mi segundo pensamiento fue el de volver a escribirlos de cabo a rabo. Ambos impulsos cedieron a uno de esos estados de serenidad propios de la mediana edad, y ahora creo que he llegado a ver con claridad cómo era el joven escritor de entonces y a entenderme con él.» Y añade, ya al final: «Tal vez este ocasional apego a mi pasado sólo sea otro ejemplo de lo que Frank Zappa llama una pandilla de viejos amigos reunidos para tocar rock’n’roll. Pero, como todos sabemos, el rock’n’roll nunca morirá, y también el aprendizaje, como dice siempre Henry Adams,es un continuo avanzar».