Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Todo hombre tiene derecho a ser infeliz, y quizá tenga incluso el deber. La esperanza es nociva, y la humanidad se habría ahorrado muchos problemas si no fuese adicta a este engañoso narcótico. Así podrían resumirse las enseñanzas del Profesor Jove, terapeuta sui generis al que Solomon Kugel acude porque, paradójicamente, sueña con una vida mejor. Víctima de la esperanza, Kugel no solo es padre, sino que ha decidido llevarse a su familia a una casa rural en Stockton, Estados Unidos, un poblado donde nunca ha pasado nada, del que no ha salido nadie famoso. Excepto un pirómano muy activo en los últimos tiempos. Kugel quiere empezar una vida nueva, quitarse de encima el peso de la historia; la suya, personal y familiar, y la de su pueblo. Porque ambas historias parecen una y la misma. Su madre solo ha estado en un campo de concentración durante una visita turística, pero se comporta como si fuera Ana Frank. Hasta que un olor fétido y unos ruiditos llevan a Kugel a descubrir a una mujer que lleva treinta o cuarenta años escondida en el desván. Y que dice ser, ella sí, Ana Frank.