Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
El mal no se limita a la guerra ni a las circunstancias en que las personas actúan bajo una presión extrema. Cada vez con más frecuencia, el mal se revela en la cotidiana insensibilidad hacia el sufrimiento de los demás, en la incapacidad y el rechazo a comprenderlos y en el eventual desplazamiento de la propia mirada ética. El mal y la ceguera moral acechan en la trivialidad y la banalidad de la vida cotidiana, y no solo en los casos anormales y excepcionales. La ceguera moral que define a nuestras sociedades la analizan brillantemente Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis a partir del concepto de «adiáfora»: el acto de situar ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales. La adiáfora implica una actitud de indiferencia hacia lo que acontece en el mundo; un entumecimiento moral. En una vida cuyos ritmos están dictados por guerras de audiencias e ingresos de taquilla, donde la gente está absorta ante sus aparatos tecnológicos y al pendiente de sus redes sociales; en nuestra «vida apresurada» en la cual rara vez hay tiempo para detenernos y prestar atención a temas de importancia, corremos el grave riesgo de perder la sensibilidad ante los problemas de los demás. Salvo las celebridades y las estrellas mediáticas, nadie puede esperar ser tomado en cuenta en una sociedad extenuada por la información sensacionalista y sin valor. He aquí una penetrante investigación sobre el destino de nuestra sensibilidad moral, dirigida a quienes se preocupan por los profundos cambios que silenciosamente configuran las vidas de todos en nuestro contemporáneo mundo líquido.