Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Las vidas de Bram Stoker y Jonathan Harker fueron paralelas. Stoker era el secretario particular de Henry Irving, un reputado actor shakespeariano y propietario del Lyceum Theatre de Londres; Harker, el del enigmático conde Drácula, quien lo convocó a su castillo de Transilvania para negociar la adquisición de una mansión en Londres. No es casual que el personaje de Drácula se inspire en las facciones e idiosincrasia de Irving, ni que Stoker hiciese una lectura pública en el Lyceum Theatre días antes de su edición. Drácula es la novela vampírica por antonomasia. En ella se concitan los grandes ejes temáticos del subgénero: la lucha entre el bien y el mal y la sexualidad del vampiro, con una estética victoriana y un despliegue estilístico abrumador. Todo ello la convierte en un clásico incontestable e imperecedero.