Roland Barthes se propone descubrir una estructura en la existencia de Jules Michelet, es decir, desenmarañar la red de las obsesiones del historiador clásico francés, autor de obras ahora imprescindibles como Historia de Francia, La bruja, El pueblo, El insecto, entre muchas otras.En esa red de obsesiones de Michelet han quedado atrapados temas esenciales del devenir humano y del pensamiento, como la mujer, el sexo y el amor; la justicia, el pueblo y la revolución; la muerte y el sueño; la religión y la sangre, etcétera, pero dichos temas no son asumidos en forma abstracta por el historiador y su crítico, sino como florecimientos o pasiones en la vida y en la historia. Roland Barthes ha tejido también una red en esta obra y los fragmentos que recoge de Michelet logran componer de manera cabal el verdadero rostro del historiador.El riguroso método de Barthes hace de Michelet una auténtica creación que nos lleva apasionadamente al conocimiento profundo, en este caso de las ideas fijas que se apoderaron del espíritu de un gran historiador.
Cuando se contempla la vida desde la perspectiva de los setenta años superados, es un motivo de sorpresa incesante apreciar las reuniones informales de jóvenes amigos en las tardes de los domingos. Las mujeres van cargadas de niños, muy a menudo berreando desde sus cochecitos, diminutas bicicletas o colgados de los brazos, desde donde otras los amamantan. Los maridos comparten la mayor parte de las veces el suplicio de tantas atenciones desmesuradas a bebés tozudos que no empezarán a empatizar con el resto hasta superados los dieciocho meses. Como constata Alison Gopnik, profesora de Psicología y Filosofía en Berkeley, Universidad de California, los bebés y los adultos parecen pertenecer a especies distintas y, no obstante, los dos son profundamente humanos.